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La poesía acecha: historia de un libro silenciado

Manuel Ramón, a los siete meses de edad, julio de 1937

Manuel Ramón, a los siete meses de edad, julio de 1938. Fuente: BNE

19 de octubre de 1938, Manuel Ramón Hernández, Manolillo, hijo de Miguel Hernández y Josefina Manresa, muere sin haber cumplido un año de edad. Miguel, después de dos años de guerra, ha comprobado que «las armas son un signo de impotencia» y está asqueado de la burguesía izquierdista. Ha padecido combatiendo a franquistas «a Mussolini, a Hitler, los dos mariconazos». Ha experimentado una «soledad de galopante luto». Ha visto por los pueblos cómo «el hambre paseaba sus vacas exprimidas». Ha escuchado de cerca sobre «la cárcel, la fábrica del llanto», «Cárceles, donde el sol retrocede». Ha experimentado tanta muerte que se ha dado cuenta que «en un rincón de carne cabe un hombre». «Andando voy, tan solos yo y mi sombra».

Duda de que su herramienta de trabajo, la poesía, no se convierta en «polvo, palabrería, carcoma y escritura» depositada «en abismos rellenos de folios moribundos». Y propone un ideal: «Abandonemos la solemnidad». Se prepara para entregar el manuscrito de su siguiente poemario de guerra. Uno sin el tono épico de Viento del pueblo.

A finales de 1938 viaja a Valencia y entrega a Rafael Pérez Contel, director artístico de la Secretaría de Propaganda –perteneciente al ejército republicano– el manuscrito. Rafael Pérez Contel y el tipógrafo Vicente Ortizá comienzan la composición y corrigen con el mismo Hernández las pruebas de imprenta de El hombre acecha. Discuten sobre el diseño de la portada, la posible inclusión de dibujos: Miguel subraya que quiere una edición sencilla y sobria. El poeta deja Valencia sabiendo que su publicación lleva buen ritmo, sin saber que jamás se publicará.

Con Josefina Manresa en Jaén poco después de su matrimonio, primavera 1937. Fuente: BNE.

Con Josefina Manresa en Jaén poco después de su matrimonio, primavera 1937. Fuente: BNE.

A finales de enero los pliegos (grandes láminas de papel sobre las que se imprimen lo que después en el libro son varias páginas) están impresos, doblados y guillotinados. Pero todavía no están cosidos (primer paso de la encuadernación): las tropas insurgentes rodean Valencia y la distribución sería imposible. Vicente Ortizá envía como regalo un ejemplar de la obra, para guardarla para la posteridad. Otros bibliógrafos, que se dan cuenta del valor poético y económico del libro, roban algunos ejemplares.

EL 29 de marzo de 1938 las tropas franquistas entran en Valencia. Durante las siguientes semanas se hacen con el control de las legítimas instituciones republicanas, entre las que se incluye la Secretaría de Propaganda. Se encuentra la documentación de que las últimas obras se han encargado al tipógrafo Vicente Ortizá. El taller es requisado. Al revisarse los materiales se encuentran los poemas de Hernández –que en esos momentos está tratando de llegar a Portugal para no terminar en la cárcel–. Se manda destruir las ediciones y que se conviertan en pasta de cartel. Con esa misma pasta de papel, se imprimirían, posiblemente, posters sobre la grandeza de Franco o cartillas de racionamiento.

En 1939 comienza una dictadura que duraría 40 años. En 1942 muere Hernández en la cárcel. El régimen impone el silencio sobre la obra y la historia del poeta. Desde entonces publicar, estudiar o leer al poeta se convierte en «sinónimos de culpa y de sospecha» [1].

El hombre acecha.

El hombre acecha. Fuente: El Eco Hernandiano.

1960: Miguel Hernández cumpliría 50 años. Para recordarlo, la editorial Losada, en Buenos Aires, publica sus Obras completas. En ella se incluye el libro destruido y hasta ahora inédito: El hombre acecha. La edición se basa en una copia de copias mecanografiadas que circulan por Madrid. Pero de una fuente tan irregular y con tantos intermediarios se consigue un resultado erróneo y mutilado.

En 1978, un joven profesor de la Universidad Complutense,Víctor Infantes de Miguel, toma un café con doña María Brey, viuda del importante bibliógrafo Antonio Rodríguez Moñino. Las conversación les lleva a hablar sobre Miguel Hernández. Ella comenta que tiene un libro original de Miguel Hernández: El hombre acecha, edición de 1939. Es el ejemplar que se había enviado para que no todo se perdiese. Poco después, el texto, por fin, cuarenta años más tarde, se publica como Miguel Hernández hubiese querido, incluido un poema totalmente inédito hasta ahora y mu llamativo: «Los hombres viejos».

 

Bibliografía: 

Notas:

[1] En palabras del mismo Víctor Infantes.

También se consultó Historia y crítica de la literatura española de Francisco Rico, volúmenes 7 y 7/1. Lamentablemente su contenido sobre Hernández es tan ofensivamente escaso que no merece ser mencionado en la bibliografía.

Este artículo no es una reproducción histórica de los hechos, sino un ensayo fronterizo entre el periodismo, la filología, la historia y la novela.

«Los hombres viejos», un poema insospechado

Dentro de la historia compleja de la publicación de El hombre acecha, el fragmento más torturado es «Los hombres viejos». Este poema, el más extenso del libro, ha sido confundido como estrofas perdidas de otro poema –»El hambre»–, ha sido olvidado en muchas ediciones y recopilaciones, ha sido criticado por su supuesta baja calidad literaria y, en mi opinión, ha sido censurado. No solo  por el régimen franquista, también por algunos especialistas de Miguel Hernández.

El poema es un ácido reproche a la élite política y cultural. En un tono que va de lo culto a lo coloquial y vulgar –los insultos, tacos y menciones escatológicas marcan la poesía–, acusa a esta élite de haber convertido el arte en algo despreciable, de comportarse de manera ególatra, de buscar únicamente su beneficio económico propio con puestos laborales cómodos y de crear una red clientelar interesada e inmoral.

Esta crítica, realizada hace muchas décadas durante la guerra, se mantiene hasta el día de hoy vigente. Muchos especialistas pueden sentirse criticados por el poema, por lo que no sorprende que haya desaparecido de tantas ediciones. En algunos casos se ha defendido por una supuesta baja calidad poética. En mi opinión es una de las mejores muestras de lo que Hernández defiende en «Llamo a los poetas»: «Abandonemos la solemnidad«.

El poema está dividido en dos segmentos. La primera parte del primer segmento me parece la más floja del texto. A partir del verso 37, estrofa décima («Nunca tenga que ver yo…») el poema adquiere el tono predominante. Desde el verso 125 el poema cambia para convertirse en una profecía vengativa por parte de la juventud: «Hemos de destrozaros en vuestras legaciones| en vuestros escenarios, en vuestras diplomacias».

Podéis escucharlo en una grabación propia –que dura unos nueve minutos– y, al mismo tiempo, leer el poema aquí:

I

Nacen puestos de gafas, y una piel de levita,
y una perilla obscena de culo de bellota,
y calvos, y caducos. Y nunca se les quita
la joroba que dentro del alma les explota.

Pedos con barbacana, ceremoniosos pedos,
de su senil niñez de polvo enlevitado,
pasan a la edad plena con polvo entre los dedos,
sonando a sepultura y oliendo a antepasado.

Parecen candeleros infelices, escobas
desplumadas, retiesas, con toga, con bonete:
una congregación de gallardas jorobas
con callos y verrugas al borde del retrete.

Con callos y verrugas, y coles y misales,
la dignidad del asno se rebela en la enjalma,
mirando estos cochinos tan espirituales
con callos y verrugas en la extension del alma.

Alma verruguicida, callicida la vuestra.
Habéis nacido tiesos como los monigotes,
y vivís de puntillas, levantando la diestra
para cornamentar la voz y los bigotes.

Saludáis con el ano, no arrugáis nunca el traje,
disimuláis los cuernos con laureles de lata.
No paráis en la tierra, siempre vais de viaje
por un país de luna maquinal, mentecata.

Nacéis inventariados, morís previa promesa
de que seréis cubiertos de estatuas y coronas.
Vais como procesados por el sol, que procesa
aquello que señala delito en las personas.

Os alimenta el aire sangriento de un juzgado,
de un presidio siniestro de abogados y jueces.
Y concedéis los pedos por audiencia de un lado,
mientras del otro lado jodéis, meáis a veces.

Herís, crucificáis con ojos compasivos,
cadáveres de todas la horas y los días:
autos de poca fe, pastos de los archivos,
habláis desde los púlpitos de muchas tonterías.

Nunca tenga que ver yo con estos doctores,
estas enciclopedias humanas, aplastantes.
Nunca de estos filósofos me ataquen los humores,
porque sus agudezas me resultan laxantes.

Porque se ponen huecos igual que las gallinas
para eructar sandeces creyéndose profundos:
porque para pensar entran en las letrinas,
en abismos rellenos de folios moribundos.

Sentenciosas tinajas vacías, pero hinchadas,
se repliegan sus frentes igual que acordeones,
y ascienden y descienden, tortugas preocupadas,
y el corazón les late por no sé qué rincones.

No se han hecho para estos boñigos los barbechos,
no se han hecho para estos gusanos las manzanas.
Sólo hay chocolateras y sillones deshechos
para estas incoherencias reumáticas y canas.

Retretes de elegancia, cagan correctamente:
hijos de puta ansiosos de politiquerías,
publicidad y bombo, se corrigen la frente
y preparan el gesto de las fotografías.

Temblad, hijos de puta, por vuestra puta suerte,
que unos soldados de alma patética deciden:
ellos son los que tratan la verdadera muerte,
ellos la verdadera, la ruda vida piden.

La vida es otra cosa, sucios señores míos,
más clara, menos turbia de folios, de oficinas.
Nadan radiantemente sus cuerpos en los ríos
y no usan esa cara de múltiples esquinas.

Nunca fuisteis muchachos, y queréis que persista
un mundo aparatoso de cartón estirado,
por donde el cartón vaya paticojo y turista,
rey entre maniquíes de pulso congelado.

Venís de la Edad Media donde no habéis nacido,
porque no sois del tiempo presente ni del ausente.
Os mata una verdad en el caduco nido:
la que impone la vida del siempre adolescente.

Yo soy viejo: tan viejo, que el primer hombre late
dentro de mis vividos y veintisiete años,
porque combato al tiempo y el tiempo me combate.
A vosotros, vencidos, os trata como a extraños.

II

Trapos, calcomanías, defunciones, objetos,
muladares de todo, tinajas, oquedades,
lápidas, catafalcos, legajos, mamotretos,
inscripciones, sudarios, menudencias, ruindades.

Polvos, palabrería, carcoma y escritura,
cornisas; orinales que quieren ser severos,
y se llevan la barba de goma a la cintura,
y duermen rodeados de siglos y sombreros.

Vilmente descosidos, pálidos de avaricia,
lo que más les preocupa de todo es el bolsillo.
Gotosos, desastrosos, malvados, la injusticia
se viste de acta en ellos con papel amarillo.

Los veréis adheridos a varios ministerios,
a varias oficinas por el ocio amuebladas.
Con el sexo en la boca canosa, van muy serios,
trucosos, maniobreros, persiguiendo embajadas.

Los veréis sumergidos entre trastos y coños
internacionalmente pagados, conocidos:
pasear por Ginebra los cojones bisoños
con cara de inventores mortalmente aburridos.

Son los que recomiendan y los recomendados.
La recomendación es su procedimiento.
Por recomendación agonizan sentados
donde la muerte cómoda pone su ayuntamiento.

Cuando van a acostarse, se quitan la careta,
el disfraz cotidiano, la diaria postura.
Ante su sordidez se nubla la peseta,
se agota en su paciencia la estatua más segura.

A veces de la mala digestión de estos cuervos
que quieren imponernos su vejez, su idioma,
que quieren que seamos lenguas esclavas, siervos,
dependen muchas vidas con signo de paloma.

A veces son marquesas íntimas de ambiciones,
insaciables de joyas, relumbronas de trato:
fracasadas de título, caballares de acciones,
dispuestas a llevar el mundo en el zapato.

Putonas de importancia, miden bien la sonrisa
con la categoría que quien las trata encierra:
políticas jetudas, desgastan la camisa
jodiendo mientras hablan del drama de la guerra.

Se cae de viejo el mundo con tanto malotaje.
Hijos de la rutina bisoja y contrahecha,
valoran a los hombres por el precio del traje,
cagan, y donde cagan colocan una fecha.

Van del hotel al banco, del hotel al paseo
con una cornamenta notable de aire insulso.
Es humillar al prójimo su más noble deseo,
y el esfuerzo mayor le hacen meando a pulso.

Hemos de destrozaros en vuestras legaciones,
en vuestros escenarios, en vuestras diplomacias.
Con ametralladoras cálidas y canciones
os ametrallaremos, prehistóricas desgracias.

Porque, sabed: llevamos mucha verdad metida
dentro del corazón, sangrando por la boca:
y os vencerá la férrea juventud de la vida,
pues para tanta fuerza tanta maldad es poca.

La juventud, motores, ímpetus a raudales,
contra vosotros, viejos exhombres, plena llueve:
mueve unánimemente sus músculos frutales,
sus máquinas de abril contra vosotros mueve.

Viejos exhombres viejos: ni viejos tan siquiera.
La vejez es un don que cederá mi frente,
y a vuestro lado es joven como la primavera.
Sois la decrepitud andante y maloliente.

Sois mis enemiguitos: los del mundo que siento
rodar sobre mi pecho más claro cada día.
Y con un soplo sólo de mi caliente aliento,
con este soplo dicté vuestra agonía.

Edición basada en la Antología poética de Miguel Hernández, preparada por José Luis Ferris para Austral, 2010.

Miguel Hernández en la BNE

Como conmemoración de los cien años de su nacimiento, la Biblioteca Nacional de España realizó una espléndida exposición sobre la vida y la obra del poeta. De ella quedan, como de todas las exposiciones de la BNE, un portal digital donde podemos volver a ver su contenido. Tuve la suerte de poder ver personalmente la exposición y aunque tengo que decir que su versión digital pierde bastante, sigue descubriéndonos muchos datos y curiosidades del autor.

La exposición estaba dividida en cinco espacios diferentes:

  1. Infancia y juventud
  2. Madrid
  3. La guerra
  4. La cárcel
  5. Homenajes y censura

Al clickar en las diferentes secciones llegaremos a una página con un breve resumen. La explicación de esa sección se encuentra completa en «ver texto completo». Las obras que se encontraban en esa sala pueden verse, junto con una brevísima descripción, en el enlace Ver obras:

Voy a hablar principalmente de «La guerra» ya que fue el período en el que fue escrito El hombre acecha. Pero visitad el resto de secciones para ver:

En la sección de la guerra encontramos varias fotografías del Hernández como Miliciano:

También se muestran el cartel del II congreso internacional de escritores para la defensa de la cultura que se celebra en julio de 1937 en Valencia. En él se lee y Hernández firma la famosa «Ponencia colectiva»:

Además en esta sección de la exposición aparecen también las cubiertas de las ediciones originales de sus dos poemas escritos durante la guerra: Viento del pueblo y El hombre acecha.

El hombre acecha, Miguel Hernández

Información básica:

Librito de poemas de Miguel Hernández, escrito durante la guerra. La cubierta que reproducimos fue la original, que no llegó a distribuirse (fuente: BNE).

¿De qué habla?

Su poemario anterior, Viento del pueblo, escrito al comienzo de la guerra, resultaba optimista. Su obra siguiente, Cancionero y romancero de ausencias, escrito después de la victoria de los golpistas en la cárcel y tras la muerte de su hijo, es oscuro. El hombre acecha es el punto intermedio. El ánimo se mantiene en ciertos poemas y la confianza reposa en Rusia. Pero en muchos textos se expresa cansancio, asco por el odio de la guerra y temor por la derrota.

¿Lo mejor?

La situación desesperada hace que el poeta abandone corsés poético y que se exprese de manera increíblemente natural: se muestra muy cercano a la URSS, llama a Mussolini y Hitler «los dos mariconazos», poetiza sobre una cadena de producción de tractores, la cárcel, las cartas entre los soldados y sus seres amados, la libertad…

¿Lo más difícil?

Es un texto relativamente bastante sencillo y natural. Miguel Hernández escribía poesía para el pueblo, de entonces y de hoy.

¿Me lees un trozo?

«El herido 2»

Para la libertad sangro, lucho, pervivo.
Para la libertad, mis ojos y mis manos,
como un árbol carnal, generoso y cautivo,
doy a los cirujanos.

Para la libertad siento más corazones
que arenas en mi pecho: dan espumas mis venas,
y entro en los hospitales, y entro en los algodones
como en las azucenas.

Para la libertad me desprendo a balazos
de los que han revolcado su estatua por el lodo.
Y me desprendo a golpes de mis pies, de mis brazos,
de mi casa, de todo.

Porque donde unas cuencas vacías amanezcan,
ella pondrá dos piedras de futura mirada,
y hará que nuevos brazos y nuevas piernas crezcan
en la carne talada.

Retoñarán aladas de savia sin otoño
reliquias de mi cuerpo que pierdo en cada herida.
Porque soy como el árbol talado, que retoño:
porque aún tengo la vida.

Otro, un fragmento del poema «Carta»:

En un rincón enmudecen
cartas viejas, sobres viejos,
con el color de la edad
sobre la escritura puesto.
Allí perecen las cartas
llenas de estremecimientos.
Allí agoniza la tinta
y desfallecen los pliegos,
y el papel se agujerea
como un breve cementerio
de las pasiones de antes,
de los amores de luego.

Aunque bajo la tierra
mi amante cuerpo esté,
escríbeme a la tierra,
que yo te escribiré.

Cuando te voy a escribir
se emocionan los tinteros:
los negros tinteros fríos
se ponen rojos y trémulos,
y un claro calor humano
sube desde el fondo negro.

Cuando te voy a escribir,
te van a escribir mis huesos:
te escribo con la imborrable
tinta de mi sentimiento.

¿Donde lo consigo?

Ediciones en papel no hay problema de encontrar. No hemos encontrado ediciones electrónicas. Están la mayoría de poemas, aunque con ciertos errores de edición, en esta web.