Archive for Siglo XX

El hombre acecha, Miguel Hernández

Información básica:

Librito de poemas de Miguel Hernández, escrito durante la guerra. La cubierta que reproducimos fue la original, que no llegó a distribuirse (fuente: BNE).

¿De qué habla?

Su poemario anterior, Viento del pueblo, escrito al comienzo de la guerra, resultaba optimista. Su obra siguiente, Cancionero y romancero de ausencias, escrito después de la victoria de los golpistas en la cárcel y tras la muerte de su hijo, es oscuro. El hombre acecha es el punto intermedio. El ánimo se mantiene en ciertos poemas y la confianza reposa en Rusia. Pero en muchos textos se expresa cansancio, asco por el odio de la guerra y temor por la derrota.

¿Lo mejor?

La situación desesperada hace que el poeta abandone corsés poético y que se exprese de manera increíblemente natural: se muestra muy cercano a la URSS, llama a Mussolini y Hitler «los dos mariconazos», poetiza sobre una cadena de producción de tractores, la cárcel, las cartas entre los soldados y sus seres amados, la libertad…

¿Lo más difícil?

Es un texto relativamente bastante sencillo y natural. Miguel Hernández escribía poesía para el pueblo, de entonces y de hoy.

¿Me lees un trozo?

«El herido 2»

Para la libertad sangro, lucho, pervivo.
Para la libertad, mis ojos y mis manos,
como un árbol carnal, generoso y cautivo,
doy a los cirujanos.

Para la libertad siento más corazones
que arenas en mi pecho: dan espumas mis venas,
y entro en los hospitales, y entro en los algodones
como en las azucenas.

Para la libertad me desprendo a balazos
de los que han revolcado su estatua por el lodo.
Y me desprendo a golpes de mis pies, de mis brazos,
de mi casa, de todo.

Porque donde unas cuencas vacías amanezcan,
ella pondrá dos piedras de futura mirada,
y hará que nuevos brazos y nuevas piernas crezcan
en la carne talada.

Retoñarán aladas de savia sin otoño
reliquias de mi cuerpo que pierdo en cada herida.
Porque soy como el árbol talado, que retoño:
porque aún tengo la vida.

Otro, un fragmento del poema «Carta»:

En un rincón enmudecen
cartas viejas, sobres viejos,
con el color de la edad
sobre la escritura puesto.
Allí perecen las cartas
llenas de estremecimientos.
Allí agoniza la tinta
y desfallecen los pliegos,
y el papel se agujerea
como un breve cementerio
de las pasiones de antes,
de los amores de luego.

Aunque bajo la tierra
mi amante cuerpo esté,
escríbeme a la tierra,
que yo te escribiré.

Cuando te voy a escribir
se emocionan los tinteros:
los negros tinteros fríos
se ponen rojos y trémulos,
y un claro calor humano
sube desde el fondo negro.

Cuando te voy a escribir,
te van a escribir mis huesos:
te escribo con la imborrable
tinta de mi sentimiento.

¿Donde lo consigo?

Ediciones en papel no hay problema de encontrar. No hemos encontrado ediciones electrónicas. Están la mayoría de poemas, aunque con ciertos errores de edición, en esta web.

Entrevista a Alejo Carpentier, 1977

Cerramos el mes de El reino de este mundo con una entrevista que realizaron a Alejo Carpentier en 1977, en Televisión española, en el histórico programa A fondo. La primera hora se habla principalmente de su vida, en los últimos 30 minutos de su obra y en los primeros minutos uno se da cuenta de la sorprendente rareza de la pronunciación de Carpentier, rareza que se explica en la entrevista y que para mí era absolutamente desconocida.

Si os apetece verla, daros tiempo disfrutarla y procesarla. Y sobre todo, no la apaguéis cuando, en los primeros minutos, el entrevistador le dice a Alejo Carpentier que «representaba un poco para los europeos, la imagen del buen salvaje tradicional en Europa, del intelectual americano que vive en el viejo mundo» mientras Carpentier parece hacer un gesto de incomididad (más que natural).

Entrevista a Alejo Carpentier

Para los que no tengáis ahora mismo 90 minutos, os recogemos algunas citas de la entrevista:

«El mito de las razas puras es una de las estafas más absurdas que se han tratado de imponerle al mundo.»

«El barroco es un lujo de la creación.»

«Cuando se produce una obra cumbre de la literatura universal como el Fausto de Goethe, no hay que olvidar que llega dos siglos después del Quijote, y muchos siglos después de La Divina Comedia

«Encontré a la gente que acaso más me haya enseñado en el mundo son esos que ha convenido en llamarse los salvajes.»

«El Quijote, digo, con el Ulises, son las dos únicas obras repito, donde se ha logrado de una manera absoluta la coexistencia de lo real y de lo maravilloso»

Música alrededor de Alejo Carpentier

Alejo Carpentier el escritor podría haber sido Alejo Carpentier el compositor. Su interés por la música le llevó a publicar artículos y libros sobre música (como La música en Cuba) y organizar conciertos. El año pasado la Fundación Juan March oragnizó una serie de conciertos titulados «El universo musical de Alejo Carpentier». Sobre este ciclo trata el siguiente vídeo. En él el musicólogo Carlos Villanueva explica la relación entre Carpentier y la música. Además aparecen cortes de los conciertos.

También hemos encontrado un disco titulado Serie Cuba libre Alejo Carpentiers Songbook. El disco está producido por el sello musical MGP, que publica discos sobre folclore latinoamericano, en muchas ocasiones relacionado con la literatura o escritores específicos. Como señalan el disco es un «homenaje musical póstumo, [que] recrea en una breve síntesis de 14 canciones, aquellas que forjaron el espíritu artístico de Alejo Carpentier hombre y escritor». En este disco participan cantantes como Celia Cruz o Daniel Santos. Podéis escucharlo íntegramente en Spotify.

Aquí os dejamos una de las canciones que conforman el disco:

La Citadelle Laferrière, el castillo delirante de Haití

En caso de intento de reconquista de la isla por Francia, él, Henri Christophe, Dios, mi causa y mi espada, podría resistir ahí, encima de las nubes, durante los años que fuesen necesarios, con toda su corte, su ejército, sus capellanes, sus músicos, sus pajes africanos, sus bufones. Quince mil hombres vivirían con él, entre aquellas paredes ciclópeas, sin carecer de nada. Alzado el puente levadizo de la Puerta Única, la Ciudadela La Ferrière sería el país mismo, con su independencia, su monarca, su hacienda y su pompa mayor.

«El sacrificio de los toros», El reino de este mundo, Alejo Carpentier


Ver mapa más grande

Bienvenidos a un lugar real y de pesadilla que ocupa buena parte de El reino de este mundo. Ver este lugar en Google Maps, que sabemos que sus datos son reales y no literarios, puede chocarnos.

Vía Cabolo, de Haití Tour.

Pero esta construcción se levantó en Haití y sus paredes continúan erguidas para recordarnos la historia.

Vía Cabolo, de  mackologist.

 

Foto de Caminar BCN

Si queréis ver más fotos y saber más, os recomendamos los siguientes enlaces:

El reino de este mundo, Alejo Carpentier

Información básica:

Novela corta (unas cien páginas) del autor cubano Alejo Carpentier, publicada a finales de la década de los 40.

¿De qué habla?

El libro cuenta la historia de Haití desde finales del siglo XVIII hasta mediados del siglo XIX de la mano su protagonista: Ti Noel. Desde su trabajo como esclavo en la finca de un señor francés (el Haití colonia francesa), la revolución, la independencia y los nuevos regímenes que se forman. En un libro corto se mezclan América, Europa (Francia y España) y África; Haití, Cuba y Santo Domingo; la libertad y la esclavitud; el antiguo régimen, la revolución y la traición; el siglo XVIII y el XIX; la naturaleza y el ser humano; la historia, el mito y la literatura; el vudú y el cristianismo.

¿Lo mejor?

El mensaje adulto y realista de la historia y la vida. En esta novela no se vende ninguna utopía, no hay una salida fácil, las viejas promesas acaban fracasando o siendo venenosas y hay que combatirlas y encontrar nuevas soluciones. Y todo en un entorno que a un lector europeo le resulta exótico a la vez que histórico.

¿Lo más difícil?

Te puedes sentir algo confuso con ciertos detalles del trabajo en la granja o con los caballos. Son pocos y poco importantes.

Por otro lado el lector que espere una clásica estructura de introducción, nudo y desenlace se verá algo defraudado. Como ocurre con otras obras históricas llevadas de la mano de un protagonista, puede resultar algo aleatorio el punto de arranque y el punto final. Pero es que en la vida real no hay estructuras de introducción, nudo y desenlace.

¿Me lees un trozo?

Detrás del Tambor Madre se había erguido la humana persona de Mackandal. El mandinga Mackandal. Mackandal Hombre. El Manco. El Restituido. El Acontecido. Nadie lo saludó, pero su mirada se encontró con la de todos. Y los tazones de aguardiente comenzaron a correr, de mano en mano, hacia su única mano que debía traer larga sed. Ti Noel lo veía por vez primera al cabo de sus metamorfosis. Algo parecía quedarle de sus residencias en misteriosas moradas; algo de sus sucesivas vestiduras de escamas, de cerda o de vellón. Su barba se aguzaba con felino alargamiento, y sus ojos debían haber subido un poco hacia las sienes, como los de ciertas aves de cuya apariencia se hubiera vestido.

Otro más:

Pero lo que más asombraba a Ti Noel era el descubrimiento de que ese mundo prodigioso, como no lo habían conocido los gobernadores franceses del Cabo, era un mundo de negros. Porque negras eran aquellas honrosas señoras, de firme nalgatorio, que ahora bailaban la rueda en torno a una fuente de tritones; negros aquellos dos ministros de medias blancas, que descendían, con la cartera de becerro debajo del brazo, la escalinata de honor; negro aquel cocinero, con cola de armiño en el bonete, que recibía un venado de hombros de varios aldeanos conducidos por el Montero Mayor; negros aquellos húsares que trotaban en el picadero; negro aquel Gran Copero, de cadena de plata al cuello, que contemplaba, en compañía del Gran Maestre de Cetrería, los ensayos de actores negros en un teatro de verdura, negros aquellos lacayos de peluca blanca, cuyos botones dorados eran contados por un mayordomo de verde chaqueta, negra, en fin, y bien negra, era la Inmaculada Concepción que se erguía sobre el altar de la capilla, sonriendo dulcemente a los músicos negros que ensayaban un salve. Ti Noel comprendió que se hallaba en Sans-Souci, la residencia predilecta del rey Henri Christophe, aquel que fuera antaño cocinero en la calle de los Españoles, dueño del albergue de La Corona, y que hoy fundía monedas con sus iniciales, sobre la orgullosa divisa de Dios, mi causa y mi espada.

Y otro:

El rey Christophe subía a menudo a la Ciudadela, escoltado por sus oficiales a caballo, para cerciorarse de los progresos de la obra. […] A veces, con un simple gesto de la fusta, ordenaba la muerte de un perezoso sorprendido en plena holganza, o la ejecución de peones demasiado tardos en izar un bloque de cantería a lo largo de una cuesta abrupta. Y siempre terminaba por hacerse llevar una butaca a la terraza superior que miraba al mar, al borde del abismo que hacía cerrar los ojos a los más acostumbrados. Entonces, sin nada que pudiese hacer sombra ni pesar sobre él, más arriba de todo, erguido sobre su propia sombra, medía toda la extensión de su poder. En caso de intento de reconquista de la isla por Francia, él, Henri Christophe, Dios, mi causa y mi espada, podría resistir ahí, encima de las nubes, durante los años que fuesen necesarios, con toda su corte, su ejército, sus capellanes, sus músicos, sus pajes africanos, sus bufones. Quince mil hombres vivirían con él, entre aquellas paredes ciclópeas, sin carecer de nada. Alzado el puente levadizo de la Puerta Única, la Ciudadela La Ferrière sería el país mismo, con su independencia, su monarca, su hacienda y su pompa mayor. Porque abajo, olvidando los padecimientos que hubiera costado su construcción, los negros de la Llanura alzarían los ojos hacia la fortaleza, llena de maíz, de pólvora, de hierro, de oro, pensando que allá, más arriba de las aves, allá donde la vida de abajo sonaría remotamente a campanas y a cantos de gallos, un rey de su misma raza esperaba, cerca del cielo que es el mismo en todas partes, a que tronaran los cascos de bronce de los diez mil caballos de Ogún. Por algo aquellas torres habían crecido sobre un vasto bramido de toros descollados, desangrados, de testículos al sol, por edificadores conscientes del significado profundo del sacrificio, aunque dijeran a los ignorantes que se trataba de un simple adelanto en la técnica de la albañilería militar.

¿Donde lo consigo?

En muchos sitios: bibliotecas, librerías, etcétera. También hay muchas ediciones electrónicas, aunque muchas de ellas no contienen los últimos capítulos.

Sawa en Baroja, alias Villasús

En el anterior post hablamos de la persona real en la que se basa el Max Estrella de Luces de Bohemia. Pero el protagonista de Valle no es el único personaje que inspiró. También Pío Baroja lo plasmó en una de sus obras.

Como en Luces de Bohemia, Sawa aparece disfrazado de otro nombre, en este caso Villasús, personaje que aparece en dos ocasiones en El árbol de la ciencia. La primera vez ocurre en el capítulo «Las moscas», donde un grupo de jóvenes borrachos y Andrés Hurtado (protagonista) deciden seguir la fiesta en casa de Villasús que:

era un pobre diablo, autor de comedia y de dramas detestables en verso. El poeta, como se llamaba él, vivía su vida en artista, en bohemio; era en el fondo un completo majadero, que había echado a perder a sus hijas por un estúpido romanticismo

En el resto del capítulo los amigos del protagonista se aprovechan del poeta como un Latino de Hispális o una Pisa Bien y «el pobre imbécil no notaba la mala voluntad que ponían todos en sus bromas».

La segunda aparición del personaje tiene lugar casi al final del libro, en un capítulo titulado «La muerte de Villasús». Al hacer una visita como médico, piden a Hurtado que visite un enfermo, un loco: Villasús. «La situación lamentable en que se encuentra es un tiembre de gloria de su bohemia. ¡Pobre imbécil!». A los pocos días moría. Aquí tenéis el resto del capítulo, donde aparecen escenas muy similares a las de Valle, como la hija en shock, la catalepsia, una viejo de melena y cojo (¿Valle? ¿Don Latino?) y alguien de la funeraria que no sabe si llevarse o no llevarse el cadáver:

Los inquilinos de los cuartuchos le contaron que el poeta loco, como le llamaban en la casa, había pasado tres días y tres noches vociferando, desafiando a sus enemigos literarios, riendo a carcajadas.

Andrés entró a ver al muerto. Estaba tendido en el suelo, envuelto en una sábana. La hija, indiferente, se mantenía acurrucada en un rincón. Unos cuantos desarrapados, entre ellos un melenudo, rodeaban el cadáver.

―¿Es usted el médico? ―le preguntó uno de ellos a Andrés con impertinencia.

―Sí; soy médico.

―Pues reconozca usted el cuerpo, porque creemos que Villasús no está muerto. Esto es un caso de catalepsia.

―No digan ustedes necedades ―dijo Andrés.

Todos aquellos desarrapados, que debían ser bohemios, amigos de Villasús, habían hecho horrores con el cadáver: le habían quemado los dedos con fósforos para ver sí tenía sensibilidad. Ni aun después de muerto, al pobre diablo lo dejaban en paz.

Andrés, a pesar de que tenía el convencimiento de que no había tal catalepsia, sacó el estetoscopio y auscultó el cadáver en la zona del corazón.

―Está muerto ―dijo.

En esto entró un viejo de melena blanca y barba también blanca, cojeando, apoyado en un bastón. Venía borracho completamente. Se acercó al cadáver de Villasús, y con una voz melodramática gritó:

―¡Adiós, Rafael! ¡Tú eras un poeta! ¡Tú eras un genio! ¡Así moriré yo también! ¡En la miseria! , porque soy un bohemio y no venderé nunca mi conciencia. No.

Los desarrapados se miraban unos a otros como satisfechos del giro que tomaba la escena.

Seguía desvariando el viejo de las melenas, cuando se presentó el mozo del coche fúnebre, con el sombrero de copa echado a un lado, el látigo en la mano derecha y la colilla en los labios:

―Bueno ―dijo hablando en chulo, enseñando los dientes negros―. ¿Se va a bajar el cadáver o no? Porque yo no puedo esperar aquí, que hay que llevar otros muertos al Este.

Uno de los desarrapados, que tenía un cuello postizo, bastante sucio, que le salía de la chaqueta, y unos lentes, acercándose a Hurtado le dijo con una afectación ridícula:

―Viendo estas cosas dan ganas de ponerse una bomba de dinamita en el velo del paladar.